EL
HOMBRE QUE CALCULABA LA BELLEZA DE LA MUJER
"MALBA
TAHAN"
"HOLA, MI BUEN AMIGO
UNIVERSITARIO, ahora te encuentras con incertidumbres; sobre la prosperidad de
tu buena elección sobre aquella chica ideal con la que haz de compartir toda tu
vida. Desafortunadamente no se tiene un esquema evaluador, que con precisión te
oriente en tal elección. Por eso hoy a través de la hermosa CIENCIA MATEMÁTICA me
permito ofrecerte un nuevo diseño evaluador, revísalo y aplícalo, seguro que te
vendrá muy bien.
Empecemos con algunos
detalles... Beremís, por medio de fórmulas,
calcula la belleza de una joven. La división áurea. Cómo se determina, sin
error, el valor numérico de la Belleza.
Uno de los hombres más populares
de Bagdad es un turco, llamado Hassan Muarique, quien ejerce el cargo de jefe
de guardias del sultán.
Había yo observado que Hassan se
tornaba día a día uno de los más asiduos concurrentes del “Patito Dorado”. Raro era el día en que el guapo
capitán de policía no se presentara a hacer una consulta al calculista.
Hoy, al regresar de la
mezquita, encontré a Muarique en animada conversación con Beremís. Se trataba
de la resolución de un nuevo problema, que parecía muy complicado, pues vi al
talentoso matemático, indeciso, analizando figuras y aplicando fórmulas sin
llegar a un resultado satisfactorio.
Al final se retiró el
turco con los guardias que lo acompañaban. Sólo entonces pude oír la explicación,
de labios de Beremís, de aquel raro interés del turco por la ciencia.
Me contó el calculista
lo siguiente:
- Hassan Muarique,
capitán de la guardia, resolvió casarse con una joven llamada Zaira, hija del
mercader Abul Lahabe, de Basora. No quería, sin embargo, arriesgarse a pedir a
la jovencita en casamiento, sin asegurarse previamente de si ella era hermosa o
estaba desprovista de encantos. Ya había recurrido a todos los artificios
imaginables para descubrir el rostro de Zaira, pero sin resultado.
No quiso, sin embargo,
guiarse únicamente por las informaciones de las viejas “catbeth”[1], ya que esas casamenteras exageran las virtudes de las novias para
engañar a los pretendientes ingenuos. Ante ese inconveniente, Hassan me ha
pedido lo auxiliase a resolver el problema. ¿Cómo deberá hacer para asegurarse,
antes del casamiento, de la belleza de su esposa? Hallé original aquella
consulta y le dije:
- La Matemática
dispone de recursos maravillosos. Con el auxilio de dicha ciencia puede el
hombre calcular el peso de un camello, la altura de una torre o la belleza
de una mujer. Y como él me mirase con ojos espantados, aclaré: “Sí, con el
auxilio de una relación geométrica, puede el matemático determinar si una joven
es hermosa o fea, es decir, si sus formas son perfectas o no. Es
enteramente innecesario, para el novio, ver el rostro de su futura esposa para
prevenirse contra cualquier desilusión. Basta dispones de media docena
de medidas y aplicar a ellas las “fórmulas
matemáticas de belleza”.
- Exigí –prosiguió
Beremís- que Hassan obtuviese ciertas medidas del rostro de Zaira. Esas
medidas, tomadas en el interior del “harem” por una “catbet”, fueron entregadas
al pretendiente. Disponiendo de los datos del problema, apliqué las fórmulas,
calculé las relaciones, y llegué matemáticamente al siguiente resultado: “La
joven Zaira, hija del mercader ABul-Lahabe, es linda como la décima tercera
hurí del Cielo de Alah”.
- Es increíble –observé- que pueda el Álgebra llegar a ese resultado. ¿Es posible saber en qué consiste esa fórmula matemática de Belleza?
- Nada más fácil –replicó Beremís-. Puedo explicar una relación curiosa, de un modo elemental y simple.
Dada cierta
magnitud AB (representada en este caso por un segmento de recta), podemos
dividirla al medio, o en dos partes desiguales. La división en dos partes
desiguales puede ser hecha, es claro, de una infinidad de maneras diferentes.
Entre las divisiones
de AB en partes desiguales, ¿habrá alguna preferible a las otras?
- Sí –contesta el
matemático-. Existe una manera “simpática” de dividir un todo en dos partes
desiguales. Veamos en qué consiste esta forma de división.
Consideremos el
segmento AB dividido en dos partes desiguales.
Admitamos que esas partes desiguales representen la siguiente relación:
Admitamos que esas partes desiguales representen la siguiente relación:
“El segmento total es a la parte mayor, como la
parte mayor es a la parte menor.”[2]
La proposición es la siguiente:
La proposición es la siguiente:
segmento total : parte mayor = parte mayor : parte
menor
Primer indicador buen amigo, no es posible
que una mujer alcance su perfección si, se admiten únicamente sus virtudes o
cualidades, necesariamente se tienen que considerar sus defectos; que son el
complemento que le distingue como una dama muy bella, empero cuando la
contemplación, observación y por ende admiración van precedidas del amor, EL
HOMBRE ES CAPAZ DE CONCEBIR LA IMPERFECCIÓN DE LA MUJER COMO AQUELLA PERFECCIÓN
INCONCEBIBLE PARA ALGUNOS, momento oportuno en el que se puede fundamentar la
necesidad de conjuntar los segmentos de la parte menor con la mayor, para
construir el segmento total que dignifica a la mujer.
Esa división
corresponde a la forma simpática que pueden presentar las dos
partes desiguales. Podemos formular la siguiente regla:
“Para que un todo dividido en dos partes desiguales parezca hermoso desde el punto de vista de la forma, debe presentar entre la parte menor y la mayor la misma relación que hay entre ésta y el todo.”
“Para que un todo dividido en dos partes desiguales parezca hermoso desde el punto de vista de la forma, debe presentar entre la parte menor y la mayor la misma relación que hay entre ésta y el todo.”
En
el rostro femenino “matemáticamente” hermoso, la línea C de los ojos divide a
la medida total AB, en media y extrema razón.
Hasta hoy no se
consiguió descubrir la razón de ser o “por qué” de esa belleza. Los
matemáticos, que llevaran hasta muy lejos sus estudios y observaciones, exponen
varios y curiosos ejemplos que constituyen elocuentes demostraciones para el
principio de esa división que los romanos llamaban “divina proporción” o
“división áurea”.
Podemos llamarla también división
en media y extrema razón.
Es fácil observar que el título puesto por el calígrafo en la primera página de una obra divide, en general, la medida total del libro en media y extrema razón.
Es fácil observar que el título puesto por el calígrafo en la primera página de una obra divide, en general, la medida total del libro en media y extrema razón.
Lo mismo sucede con la
línea de los ojos, que divide, en las personas bien proporcionadas, la medida
total del rostro en media y extrema razón. Se observa también la divina
proporción en las partes en que las falanges dividen los dedos de la mano. La
división en media y extrema razón se puede hallar también en la Música, en la
Pintura, en la Escultura y en la Arquitectura.
En la división áurea la relación entre el todo y la parte mayor, es igual, más o menos, a:
En la división áurea la relación entre el todo y la parte mayor, es igual, más o menos, a:
809 / 500
En las líneas
principales del rostro femenino “matemáticamente hermoso” resulta constante
aquella relación.
Obtenidas, pues, las medidas que me parecieron necesarias, apliqué la fórmula de la divina proporción a la joven Zaira, y verifiqué que su belleza se expresaba por el número:
808/500 que difiere muy poco del valor que define la perfección.[3]
Mediante ese resultado pude afirmar al apasionado Hassan que su novia era encantadora.
Obtenidas, pues, las medidas que me parecieron necesarias, apliqué la fórmula de la divina proporción a la joven Zaira, y verifiqué que su belleza se expresaba por el número:
808/500 que difiere muy poco del valor que define la perfección.[3]
Mediante ese resultado pude afirmar al apasionado Hassan que su novia era encantadora.
- ¿Y no temes equivocarte, amigo? –observé- La belleza femenina resulta, a veces, de ciertos detalles que la Matemática no puede apreciar. ¡Cuántas veces el encanto de la mujer resulta de la manera de sonreír, del tono de voz, de cierta delicadeza de espíritu y de mil otros pequeñísimos detalles que, en ocasiones, para los enamorados, son todo!

Ahora puedes
reconsiderarlo, si escuchas a un joven que con insistencia desea evaluar el
aspecto de la belleza femenina, éste será subjetivo; si bien un gran calculista
dudó finalmente de una evaluación casi perfecta, nuestros rasgos serán poco
verídicos y objetivos. Si en realidad deseas evaluar a una mujer, pregúntaselo
a aquel chico que ha aprendido a amar, te darás cuenta de que te habla
maravillas de aquella chava que para ti puede ser un cero a la izquierda.
Empero para un joven enamorado no hay otra igual y esta dispuesto a luchar y a
hacer lo inconcebible por ella. De tal suerte en la que no debes dedicarte a
evaluar, debes ocuparte en amar y en esa medida podrás construir una relación
de pareja verdaderamente.
german muy buena aportación, para darnos cuenta del valor de las mujures que nos rodean
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